M △ R T E

Marte I
Marte I
Marte Detalle 1
Marte Detalle 2
Marte Detalle 3
I

Te buscaba y me encontré

A los principios del año, cuando yo había perdido mis esperanzas como si fueran juguetes olvidados en un ático caótico, el alma gritó, advirtiendo de su ahogo inminente bajo la presión de la ‘realidad’ y me encontré, de repente y fantásticamente, en Marte. Me convertí en el único habitante de mi propio planeta rodeado por un mar de arena roja, en un paisaje implacable bajo otra cara de un sol familiar.

Mientras caminaba por las dunas y absorbía la belleza peligrosa del paisaje, mis botas espaciales se hundían en la arena, mientras caminaba adelante y adelante con mis ojos fijados en el horizonte. Con cada respiración, olía más fuerte el plástico de los tubos que alimentaban mi casco con oxígeno e hicieron la presión adecuada para impedir el estallo de un cuerpo humano, recordándome, no, advirtiéndome a cada momento de la ciencia compleja que sostenía mi vida tan frágil.

Pero en esa traje enorme y torpe yo sentía, por fin, un sentido de liberación.

Había luchado por el espacio mío en la Tierra, mis decepciones eran su propia cárcel y la vergüenza por sentirlos me había consumido en un bocado fácil como si fuera hecho por la serpiente original. Había vivido en su tripa ácida por tanto tiempo sin luz que ese trozo de sol asomándose de una luna negra me alimentó como un goteo intravenoso.
Caminaba con ganas, lo que me parecían horas, días, sin agua, sin comida, usando todos mis esfuerzos y todo el oxígeno, ojos en cada dirección buscándole.

No podría ser otra razón para estar aquí. No puede ser.

Y si había otra razón, no la quería.

Marte II

II

Caminaba y miraba. Buscaba, esperaba incluso, hasta que me dolió cada paso como si estuviera un cuchillo apuñándome en los muslos, hasta que no pude más, hasta que la vista asombrosa no me dio nada más de alimentación y me caí, tropezando en una roca pequeña, una roca más que no pude superar.

Quedé tumbado y acepté la muerte inminente callado, rendido, cada respiración como si respirara a través de una pajita estrecha, mis reservas de oxígeno gastadas.

El dolor se convirtió en entumecimiento, la falta de sensación se extendía desde los dedos de los pies hasta las piernas, sentí ya el comienzo de mi propia desintegración.

Y le llamé.

A mi lado.

Como si la conexión creara magia.

Marte III

III

Le llamé con todo el amor que tenía, con todo lo que podría desenterrar de esperanza, vida y energía.
Y él, como un holograma que yo había creado y amado durante años, apareció.
Decidí fingir, hablar con él, como si su rostro fuera más que un deseo sincero y sus palabras fueran más que las mías imaginadas en otra voz.

– Que mires este eclipse conmigo amor, tan bonito es, dije.
– Sí, amor.
– Que tomes mi mano.
– Siempre.

Luché por respirar dos veces más. Le miré. Qué perfecta cara, luz rozándola en pinceladas amarillas marcando su nariz, su labio inferior, sus pestañas, su ser.

– Que vengas aquí amor, conmigo, en realidad.

Me sonrió con bondad. No había una respuesta. Y yo lo sabía. Porque incluso en mi fantasía no podría inventarla. Tosí al inhalar trocitos de polvo y me encontré con sus ojos encantadores, nublados por la preocupación.

– ¿Un beso para despedirme de ti?

Y mientras mi cara se mojó de lágrimas, cogí esforzadamente lo que me imaginé sería mi última respiración, y nos besamos, por fin. La sensación de sus labios y barba contra los míos, las texturas y olores nuestras mezcladas, una fantasía convertida en realidad.

Con eso, dejé que su aparición se fuera a sus viajes fantásticos y a sus amores reales.

Marte IV

IV

Negra. La muerte es negra.
Porque ya no hay ojos que vean.
Callada. Sin oídos que oigan.

La muerte es otra frontera por explorar, pero yo no estaba muerto. Aún no. Abrí los ojos otra vez: un milagro de rojo borroso. Con mi estómago mareado y mi cabeza pulsando con dolor, mis pulmones luchaban llenarse con los rastros de oxígeno que quedaban. El rojo borroso se transformó en un terreno difuso con una mancha blanca inesperada. Vi, por primera vez, un módulo… un tráiler marciano. Algo de un libro de ciencia ficción que había leído hace años en el que unos robots habían dejado caer módulos espaciales esperando la primera expedición humana.

Me incorporé, pierna por pierna, como un zombi con el rastro de carne humana. Que se joda la rendición: una bestia interior exigía vivir. Paso tras paso atroz con dolor, cayéndome cada uno en la arena fina e implacable, logré llegar a la puerta de la caravana y la abrí sin pensarlo, usando la inteligencia natural que surge cuando un organismo debe sobrevivir. Cerré la puerta, y con ella, di un portazo a todas las historias tristes que me había contado durante los últimos años de mi vida y busqué una forma de encender el puto aire. Ese botón rojo, obvio, marcado en inglés, era mi salvación y mi renacimiento.

Después de golpearlo con una mano enguantada, sentí cómo la presión en el vestíbulo cambiaba mientras las luces se encendieron. Cuando no pude aguantar ni un milisegundo más, me quité el casco a ver si el aire me mataría o me salvaría como una ruleta rusa marciana.Mis pulmones maltrechos se desgarraron con la fuerza del aire, y el oxígeno encendió mi cerebro como una ráfaga de cocaína. Vivía.

Tenía unas ganas de gritar, de mear, de vomitar, de llorar y todo a la vez. Pero me reí. Me reí de la sensación de estar vivo. Toda la seriedad me pareció absurda. Incluso me reí de los dolores, porque cuando la muerte inevitable me encontrara, ya no podría reírme, ni vomitar, ni orinarme encima, ni nada.

Y ahora podía hacerlo todo a la vez.

Marte V

V

Después, el hambre.

Como un lobo futurístico, una okupa y el primer criminal en Marte, busqué a mi presa y lo encontré en una lata llena de algo innombrable: una masa semisólida, de un rosa apagado, flotando en una salsa azul de sabor dulzón y extraño. Carne cultivada en un laboratorio, pensé. Quien sabría.

Me dio una oleada de energía y claridad mental. Abrí los ojos como si fuera la primera vez. En mi casita nueva, todo era blanco, las paredes con cajones en todos los lados llenos de cosas imprescindibles para la supervivencia. El aire olía a polvo y químicos hasta que me picó la nariz. Sonidos de máquinas zumbando en fondo, calculando mi llegada como una sinfonía de ciencia delicada.

Había dos juegos de literas y, en el centro, una ventana grande y redonda con vista al paisaje silencioso donde casi me mata hace instantes. Montañas y valles texturizadas de arena fina y rocas ásperas, los tonos de rojo pintados con sombras azules y reflexiones amarillas. El eclipse, como sacado de una pintura. ¿Cómo lo plasmaría Van Gogh? ¿El Greco? ¿Monet?

¿Yo?

A partir de entonces creía en cambios, en posibilidades. Me quité todo el traje y toda la ropa debajo para mostrar mi cuerpo al paisaje. Me quedé de pie con los brazos estirados, la cabeza alzada y la polla libre para que el planeta disfrutara el más guapo, el más pollón que había existido allí en todos los tiempos. Hice un giro completo en la ventana para enseñar todo: el culazo, las piernas, la espalda, la cara. Que vea cada parte. Los pezones rosados y la piel tan blanca que brilla. Las pecas y las cicatrices.

Los años que yo había desgastado atacándome por el sencillo crimen de existir, ahora me parecían una ridiculez.

El paisaje me miró en silencio, con asombro.

El nuevo yo, desafiante y orgulloso, se dejó caer al sueño, boca abajo, sobre una camita todavía cubierta con una película plástica.

Marte VI

VI

Me desperté el mismo instante, 100 años después, hace mil años. Lo primero que perdí fue el tiempo. Era sencillamente ahora mismo. Siempre lo ha sido, siempre lo sería.

Nacimientos, muertes, primeros besos y últimos besos, fracasos y éxitos, los momentos grandes y los que pasan sin percepción.

Comprendí que todos los momentos, en lugar de estar alineados como un hilo infinito, se apilaban en capas, uno sobre el otro, ocurriendo a la vez. Inexplicable a mi cerebro, pero yo lo sabía.
Los miedos del futuro y la nostalgia por el pasado, todo solo existía en el presente.

Pensé en él.

Él, que me había inspirado a viajar a otra parte del sistema solar, buscando el espacio suficiente para que pudiéramos estar juntos.

Él: una idea fantástica, un sueño bonito, un cohete a Marte.

Marte VII

VII

Vi cómo todo había pasado en un orden perfecto para llegar a este momento, todas las fichas exactamente jugadas como un juego de Rummikub cósmico siempre expandiéndose, cada jugador con su propio idea de lo que es ganar. Y yo no podía haber ganado de otra manera.

Me rendí al destino, lo suyo, lo mío, lo nuestro, al juego.

No había otra opción.

Dejé caer una lágrima que se había acumulado en el ojo y con ella, dejé caer la tensión que quedaba en la cabeza. Dejé caer la tensión en la cadera, la espalda, los dedos, los muslos hasta que ya no podía mantenerme sólido, como un sueño en el que un pájaro volando se convierte en la mano de un amante y después en un árbol, un carnaval y sigue cambiando y girando hasta que la mente no tiene tiempo para dar sentido ni intentarlo y se pierde su función, como un reloj roto que se rinde ante el impulso de un entendimiento más profundo.

Al llegar al volante, ese entendimiento, ya personificado, lo condujo como una maniaca, con los ojos abiertos de par en par, sin parpadear, soltando carcajadas en cada choque iba hacia una oscuridad desconocida.

Marte VIII

VIII

Me transportó dentro de mi sangre, dentro de mi ser, en un viaje rápido y asilvestrado con una alegría espantosa, hasta chocar con la frontera nunca tocada y cruzarla como si fuera una niña saltando sobre una rayuela rompiendo con una risita traviesa las leyes que habían formado realidad.

Vi los átomos como un mundo, no, un universo, más brillante que las estrellas debajo de las que había soñado toda la vida.

Vi mientras bailaban y mezclaban, electricidad y fuego, sexo y guerra, una revolución de vida pura, un Big Bang cada momento, una manifestación gritando más y más y más siempre sin pensar en consecuencias.

Marte IX

IX

Y con esto, me tiró de nuevo a la humanidad como un rehén inútil arrojado desde un coche a toda velocidad. Volví a encontrarme sólido con un cuerpo humano restringido por las leyes de Newton, respirando aire terrenal. Todo cotidiano, ordinario, nuevo.

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